arreando el ganado del patrón,
dando gracias por un nuevo día
a los santos que le vendió el usurpador.
Descendiente de indomables ranqueles,
sangre india en sus venas heredó,
pero los años ya pesan en su espalda
y su rostro muestra cansancio y decepción.
Nunca pudo jugarle mal a nadie,
su inocencia lo traicionó,
a pesar de eso hoy la conserva,
prefiere la muerte a perder el honor.
Despreciado por la gente del pueblo,
siempre tuvo la misma sensación,
debe ser porque es argentino
y daría la vida por su nación.
Pasa las horas recordando otras épocas
en la estancia o en algún fogón
entre asados, vinos, coplas
y la matrera ley del facón…
¡matrera ley del facón!
Su vida se refugió en la lucha diaria,
el hambre desde niño lo obligó a ser peón
pero la ganancia de su vida de esfuerzo
–le contaron– se la quedó el patrón.
Y sin quejarse soportó los males,
del pago nunca se alejó
porque para el gaucho no hay peor mal
que olvidar su lugar y su tradición.
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